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domingo, 17 de septiembre de 2017

Bailarina, Aberdeen Angus y Coltrane

Hoy después de muchos años, bailarina volvió a mi mente.

Por cuestiones de trabajo paramos en una parrilla de Marcos paz y entre los vinos de la carta apareció un Aberdeen Angus Cabernet Sauvignon de añada reciente.
A bailarina la conocí en el año 1998, formábamos parte de un grupo que representaba temas de Coltrane, con una mirada artística diferente. El grupo se dividía en músicos y bailarines. Mientras la banda sonaba, el grupo de baile improvisaba coreografías sobre temas tan fuertes como Moment’s notice, Blue train, Lazy Bird, etc..

La banda era una locura, dos saxos, piano, guitarra, batería y yo en el contrabajo, el grupo de danza estaba conformado por 2 hombres, dos mujeres y bailarina.
Yo, estaba profundamente enamorado de ella, tenía un metejón de aquellos, me parecía la mujer más hermosa que mis ojos alguna vez habían visto. Pero como suele suceder, bailarina solo sabía que existía detrás de un mueble de madera, con cuerdas, que le marcaba la tierra y el aire en sus coreografías.

Cinco meses estuvimos con ese grupo dando vueltas por todos lados, era una especie de teatro itinerante que copaba galpones y hacía puestas en escena, el repertorio variaba y como las coreografías eran improvisadas, cada función era pura adrenalina, esa dicotomía comunicacional que existía entre los músicos y los bailarines era algo que sumaba a la puesta en escena. Marchaba bien porque era algo novedoso y la gente nos seguía. En mi caso no me importaba mucho la taquilla, ni las luces, tampoco el reconocimiento de algún hippie que nos seguía, yo iba solo para ver bailar a bailarina. Sus cabellos rizados al viento, sus giros, sus brazos abrazando el aire, todo era una fiesta.

Pasaban las semanas y ella no me registraba, parecía que en su vida solo existía la danza, esa conexión con la música y su cuerpo. Luego de cuatro meses, en un función en San Telmo, yo casi de bronca en “My favourite things” comencé a marcar el ritmo con tresillos fuera de tiempo y allí la magia…..bailarina supo que existía, me miró, me dio su mejor sonrisa, y bailó como solo los ángeles pueden hacerlo.

Terminado el show, ella se acercó y empezó a hablarme de lo bien que la había pasado con esos minutos de improvisación. Terminamos cenando en un bodegón de Dock Sud ante mi insistencia y yo para tratar de impresionarla pedí un Aberdeen Angus Cabernet de aquellos tiempos. Debo decir que el vino era bien rústico, de esos cabernet tánicos y recios, que te llevan puestos, pero que con el asado suelen zafar.
Hablamos durante horas, pero no se pudo replicar la magia que había sucedido aquel día en el escenario. Bailarina jugaba en otra liga, definitivamente yo no entraba en ese círculo de sus necesidades, tampoco daba el standart mínimo de su aceptación.
Seguimos tocando un mes mas y el grupo se disolvió, cada uno buscó su camino, nunca mas supe de ellos, ni de músicos, ni de bailarines.
Tampoco supe mas de ese Aberdeen Angus CS, hasta hace poco, pero sí, me dí cuenta que las cosas no cambian demasiado.

Solo me quedó la certeza que el vino sigue siendo lo que era en su momento.

Y un interrogante.


Que será de la vida de bailarina?

lunes, 24 de abril de 2017

Todo por un puto vino.

“Ciego a las culpas, el destino puede ser despiadado a las mínimas distracciones”
Jorge Luis Borges, El Sur, Adrogué 1953.

Era una de esas noches sin luna, cerrada y plomiza, solo la luz de la fogata que nos tenia de testigos iluminaba nuestra humanidad.
Luego del incidente, Eloy tomó su hacha y la arrojó con bravura hacia Benítez. Con tanta fortuna que le dio en el pecho con el contrafilo. Benítez volvió a caer y esta vez ya no se levantó. 
Entre los 4 lo subimos al tordillo, abrimos la tranquera y dejamos que el noble animal, deje a su jinete donde siempre.

A principios de la década del 2000, íbamos con un grupo de amigos a cazar perdices a Ranchos, siempre recalábamos en casa de Eloy Iribarren, un vasco amigo de la familia, que tenía una chacra de 8 hectáreas pero que mas no sea por indolencia o por vejez, eran tierras improductivas. No tenia sembrados, ni animales, solo un galgo negro, de nombre Indio, que según Don Eloy, él mismo se encargaba de procurarse su comida.

Para la época de caza, nosotros parábamos en la tapera de al lado  de su casa, que databa del año 1920, la había construido el padre de Eloy y servía de refugio a invitados, en su época supo ser una especie de pulpería, kilombo y ramos generales.
Ir a cazar en aquellos años era volver a un estado primitivo. Sin luz eléctrica, sin agua corriente, el baño era una letrina situada a 50 metros de la tapera, cocinar a leña o en el horno de barro, todo para nosotros parecía tener un esfuerzo extra. Y cada vez que uno pisaba aquellos campos, eso se sentía de una manera monolítica. Era algo así como: “estás tú y el campo, esto es lo que hay, a arreglárselas.”

Cada vez que íbamos llevábamos las mismas provisiones: combustible, 2 kilos de galleta, algún corte de carne, dos damajuanas de vino y 4 botellas de vino fino, por lo general era Rincón Famoso de López o Bianchi lacrado, porque de esos siempre había en la proveeduría de Brandsen.
Eloy nos recibía como verdaderos amigos, por supuesto que no tenía teléfono, pero él sabía que a partir del 1° de mayo nosotros en cualquier momento le caíamos y él nos estaba esperando. A nuestra llegada siempre repetía la misma frase “Que alegría muchachos, tanto tiempo, no saben la cantidad de perdices que hay este año”.  Este vasco viejo subsistía en la llanura, gracias a una paupérrima jubilación y a sus oficios de hachero, árbol que caía cerca, árbol que era leña de Don Eloy. Tenía casi 80 años y vivía solo, viudo y con un par de hijos grandes, solo el indio acompañaba sus días y sus noches. Así y todo era un hombre fuerte y se lo veía muy saludable, de pocas palabras y sonrisas breves.

Nosotros siempre éramos 3, Eloy y algún gaucho amigo que siempre aparecía y  se quedaba a la cena. Por lo general comíamos alguna carne asada a las brasas, se bebía solamente vino tinto y la tertulia duraba hasta bien entrada la noche, se cantaba y se recitaban versos criollos cuando el vino desinhibía a los comensales. Se comía a la intemperie rodeando el fogón y a la vieja usanza, un vaso, una galleta y un cuchillo era todo lo necesario, de las sobras se encargaban los perros, los vasos se enjuagaban en la bomba y el cuchillo usualmente se limpiaba con la lengua o un resto de pan que luego se daba a los animales.

Entre esos gauchos amigos que aparecían alternados de tanto en tanto, había uno que no era el típico paisano hospitalario. Era un chino medio retacón, que andaba siempre trajeado de gaucho y arriba de un hermoso tordillo bien aperado. Daba la sensación que a este tal Benítez,  le gustaba exagerar su condición de criollo, se notaba en él un aire altanero y burlón, sobre todo para con los citadinos. Era encargado en una estancia grande a unas 2 leguas de la tapera, según contaban los vecinos, este hombre se pasaba de copas muy seguido y el tordillo a modo de GPS viviente lo llevaba dormido hasta la tranquera de la estancia.

Lo cierto es que a ninguno nos caía en gracia, pero por respeto a Eloy le aguantamos más de un comentario desubicado. Después del tercer vaso de vino se ponía denso y en tono provocador por cualquier cosa, medio en joda, medio enserio, pero generalmente se tornaba insoportable. Se había cruzado con mi amigo el chancho Suarez, por una discusión sin importancia, esas de borrachos de medianoche que recitan versos y la juegan de poeta, no sé si fue por alguna estrofa del Martin Fierro o un poema de Güiraldes, la cuestión es que ya se tenían pica y reunión tras reunión la enemistad iba creciendo.

En los asados nocturnos era fija que arrancábamos tomando los finos y si se terminaba, Eloy se encargaba de ir hasta la casa y rellenar las botellas con el vino de damajuana que siempre llevábamos. El vasco decía que para comer había que tomar buen vino, que el resto era vicio y sed y que eso se calmaba con cualquier cosa parecida al vino.

Una de esas noches, estando Benítez presente se terminó el Rincón Famoso y como siempre Eloy se fue adentro y rellenó la botella con el de damajuana, entre nosotros era algo usual y todos nos dábamos cuenta cuando eso sucedía, era como que la reunión entraba en otro estadío, ahora era vicio, solo por el escabio. El chino no sabía de esta costumbre y mientras Eloy llegaba con el falso Rincón Famoso, le dice:

-A ver, venga Don Eloy, eche un poco mas de ese buen vino.
Eloy le sirve sin mediar palabra y sin dar explicaciones del caso. Benítez le da un sorbo largo y exclama exagerando como siempre:
-Que buen vino este Rincón Famoso carajo.

Todos nos miramos cómplices y sonreímos, pero el chancho Suarez se largo a las carcajadas y en tono burlón dice:
-Si claro, Rincón Famoso. Mientras reía a carcajadas

Benítez se dio cuenta que había quedado en ridículo por bocón y en vez de tomárselo en broma, fue a increparlo a Suarez. Lo insultó de arriba abajo, exagerando su borrachera y sus ademanes. Suarez que era de pocas pulgas le metió un cachetazo a mano abierta en la jeta y lo sentó de culo. 
Una vez más el chino quedó en ridículo. 
Se hizo un silencio ensordecedor, el aire se puso espeso y yo sentí que algo muy malo iba a suceder. Es que esto no podía quedar así. Esto ya era grave. Muy grave.

Benítez se levantó del piso como pudo, se sacudió  solemnemente la ropa y ahí nomás sacó el facón invitándolo a pelear a Suarez. Nos quedamos perplejos. Nadie dijo nada, solo Eloy alzó la voz.

-Benítez, déjese de joder y guarde el cuchillo, el hombre está desarmado y si aquí hay alguien desacatado es usted.
Benítez lo miró con fuego en los ojos y respondió:
-Usted no se meta Eloy, a este pingo le voy a enseñar quien manda por estos lados, esta no se la lleva de arriba.

Eloy caminó sin prisa hasta la pila de leña a unos 20 metros, tomo su hacha y sin mediar palabra ni aviso previo, terminó con la contienda.

No volvimos a ver a Benítez nunca más, dicen que rumbeaba por otros pagos y que por suerte andaba bien de salud.

Luego del hecho, el chancho Suarez sentado al lado de la fogata repetía una y otra vez.


“Todo por un puto vino ¿a vos te parece?  Por un puto vino”

martes, 7 de febrero de 2017

Lobo suelto, cordero atado

Mas allá de las implicancias tácitas del título de esta entrada, con el álbum doble de 1993 de Patricio Rey y su redonditos de ricota, me gustaría ahondar en el pensamiento de la comunicación en el mundo del vino. 

Hay lobos y hay corderos? Quien es el bueno? Quien el malo? Quien es valiente o quien cobarde?
Por supuesto la respuesta políticamente correcta es: “No creo que se trate de lobos y corderos, ni que tampoco existan valientes y cobardes, lo importante es disfrutar y que el vino sea un canal de unión, bla, bla ,bla”

Escucho hablar y disertar sobre la comunicación, los blogs, los agentes de prensa, los justos, los mala leche, etc.. Pero también pienso en mi trabajo diario que en gran parte se trata de comprar productos para la industria y tratar con mas de 70 proveedores, en su mayoría metalúrgicas. Debo aclarar que no son nenes de pecho los metalúrgicos, por el contrario es uno de los gremios mas combativos y con mas ingerencia en la vida de cada ser humano. Si tienen alguna duda, piensen cuantas cosas que los rodean a diario están hechas de metal.

En mi trabajo y con lo que me gano la vida, debo cada día decirle a un empresario metalúrgico que alguno de sus productos no superan el estándar de calidad, si un fresado está mal hecho es comprobable para cualquiera que tenga un poquito de experiencia, si una rosca 5/32 whitworth está desfasada también es fácilmente comprobable. Y por mas que lloren y pataleen, la respuesta es siempre la misma, “está mal hecho, le erraste” “no podés soportar 1000 kilos con un bulón de 5 milímetros por mas noble que sea el material o por mas buena persona que sea el operario que fabricó la pieza”. Hasta el momento ninguno se ha enojado por decirles que le erraron en su trabajo, que lo que hicieron no está bien, por supuesto fundamentado. A lo sumo te ganas el mote de hincha pelotas.

Me gusta relacionar este pensamiento con el mundo del vino, porque también es una industria, aunque diferente pero industria al fin, el que crea que son artistas o gurús que se sientan en la montaña a recibir un designio místico de la naturaleza, naturalmente no está en sus cabales.

Existe mucho prurito por parte de los que comunican en el mundo del vino, a exponer falencias o errores, argumentando que sería una falta de respeto al trabajo de las personas que lo producen o que personalmente prefieren solo opinar de lo que les gusta, como si esto tuviera un valor diferencial.

Y NO ESTOY HABLANDO DE ESTILOS NI DE DISEÑOS. Pienso en blancos que solo tienen gusto a madera y nada más, algunos tintos que son tan ácidos o alcohólicos que no podés tomar mas de un sorbo. En botellas que cuestan 3 jornales de un operario promedio. En bodegas millonarias y finqueros fundidos, etc, etc, etc.. Hay mucho para pensar.

Pero mientras sigamos pensando que el que hace una crítica negativa sobre un vino, es un lobo estepario,  un mala leche a sueldo o un loquito que solo quiere destruir a un pobre y noble montañés, creo que vamos mal. No solo atañe a los que comunican, también entran en la bolsa los canales de venta, sea vinotecas, supermercados o almacenes especializados en bebidas, que por lo bajo te pueden llegar a decir que tal o cual vino no está bien pero casi nunca lo comunican a sus proveedores.

Lamentablemente poco ha cambiado, sigue faltando profesionalismo en la crítica, los blogs se escudan en su amateurismo, la prensa especializada no existe o no tiene credibilidad.

Pero lo que asusta no es eso, si no que como en un fascismo arcaico, solo se debe comunicar lo que nos produce placer o lo que nos gusta. Parece que lo demás no importa, no vaya a ser cosa que se ofenda tal o cual, seamos libres en tanto y en cuanto opinemos que todo está bien.


Mientras sigamos así, nada va a cambiar. 
Que viva la Pepa!!!

martes, 23 de agosto de 2016

Hasta el próximo tren Don Ludo, o hasta que se acabe el Borgoña

Cuando éramos jóvenes jugábamos a la pelota, jugar el futbol parecía algo mas serio. El futbol tenia reglas bastante estrictas, un referí, dos lineman, dos tiempos y un entretiempo, off side, etc.. Parecía complejo que un juego con la misma finalidad, fuera tan diferente, pero la mente se va acostumbrando y sabe hacer las diferencias del caso.

Nosotros jugábamos en potreros, mitad césped, mitad tierra. A veces con arcos pero nunca con red, los límites del campo de juego eran casi imaginarios, por supuesto no existía el off side ni el referato. Pero en aquellos años y gracias al cabezón Hernández, dimos con una cancha que nos seducía a todos.

Estaba en Adrogué, contra las vías, del lado oeste, entre la barrera de Nother y la de San Martín. Era un predio en que los bancarios jugaban una liga cada 15 días pero como el cuidador era conocido del padre de Hernández, nos dejaba jugar cada tanto. El lugar era medio picante, pero la cancha era una locura, tenía las medidas reglamentarias, toda de césped y delimitada con cal como las profesionales, arcos pintados y con red. Ahí jugábamos con botines con tapones, era casi un lujo en aquellos años y hasta una aventura.

El cuidador era un tal Ludomir Anselmo Fonseca, un caboverdiano que hablaba mas en portugués que en castellano. Había jugado en San Lorenzo hasta la tercera y su carrera fue truncada por una rotura de meniscos que le propinó el legendario arquero de River, José “perico” Pérez en una salida desafortunada. Fue el primer tipo negro que vi en mi vida y la primera persona capaz de tomar 3 botellas de vino en una hora y media.

Don Ludo, era una gran persona, amable, respetuoso, apasionado del futbol, siempre con algún consejo enriquecedor, nos gustaba escuchar sus historias de futbolista frustrado, de su Cabo Verde natal, de la pobreza en los conventillos de la Boca y de sus desamores. Era un ser de luz, esos tipos buenazos que por lo general no tienen suerte. 

En aquella cancha nos sentíamos mas cerca de ser futbolistas que de meros jugadores de pelota, para nosotros era como jugar en el monumental o en la bombonera, aquel campo tenía cuidados a los que no estábamos acostumbrados y nos sentíamos realmente privilegiados. Y Ludomir siempre nos recordaba "Jueguen bien muchachos, las vias del Roca los están mirando". Esto viene a cuento que el futbol argentino y el Roca tienen mucho en común, gran parte de la historia se hizo a largo de esas vias.

El trato era claro, jugábamos 5 trenes. Como la cancha estaba contra las vías y el roca que iba hacia Burzaco pasaba cada 14 minutos, el tipo decía que al quinto tren se terminaba el partido. Nosotros en modo de agradecimiento cada vez que íbamos le llevábamos 2 botellas de Bianchi borgoña, era el vino que a Ludomir le gustaba. Parecía casi un ritual que cuando empezábamos a jugar don Ludo se sentaba al costado de la cancha con su silla, su vaso y su botella de borgoña a mirar el partido, mientras daba indicaciones a los dos equipos y a la vez oficiaba de árbitro en jugadas dudosas. Le gustaba el futbol con locura pero también el vino. Fuimos con el tiempo observando que en esos 70  minutos se terminaba las 2 botellas que le llevábamos.

Un día el gallego Sánchez propuso de llevar 3 botellas para estirar el encuentro y como reconocimiento al gran favor que Ludomir nos hacía. Y así lo hicimos.
La próxima vez que fuimos a jugar, el partido estaba cerrado y empatado, ya había pasado el quinto tren, pero algunos empezamos a decirle “hasta el próximo tren Don Ludo” y Don Ludo descorchando la tercer botella,  respondió “Está bien, jueguen hasta que se acabe el borgoña”.