Cuando llega el tiempo de las vacaciones, la mayoría de los
bichos de ciudad, buscamos refugio en parajes que destruyan la rutina diaria, a
la que por distintas razones nos sometemos a ella durante muchos meses.
El bosque y el mar |
En mi
caso, y desde hace años, busco lugares que rompan mi día a día, no quiero ver
cemento, ni semáforos, tampoco quiero ver mucha gente, y prefiero la dosis más
cruda posible que un citadino pueda soportar de naturaleza. El destino elegido
fue Mar Azul, el último balneario del partido de Villa Gesell, que si bien ha
cambiado bastante desde la primera vez que lo visite en el año 1996, aun
conserva sus frondosos bosques, sus calles de arena y ese aire de pueblo difícil
de encontrar en la costa atlántica de la provincia de Buenos Aires. Un lugar
que todavía resiste, en estas últimas 2 décadas he visto como se cagaron,
Pinamar, Cariló, Villa Gesell, Mar de Las Pampas y demás. En tren de romper la
rutina, mis hábitos se modifican, uno se levanta más tarde, camina mas, lee
mas, el cuerpo día a día se lentifica, y hasta el tono de la voz se transforma,
por supuesto la manera de alimentarse, la parrilla se prende mediodía y noche
en caso que el clima lo permita, y también suelo consumir cepas que durante el
año no consumo demasiado. Mi caja se compuso de 1 torrontés, 1 sauvignon blanc,
1 saint jeanett, 1 pinot noir, 1 bonarda y 1 riesling, no importa demasiado las
etiquetas que seleccioné, lo importante es como ésta elección fue otra manera
de escapar de la rutina. Durante los meses laborables, me concentro mucho
en el consumo de malbec, cortes de
malbec, sirah y tintos de todo tipo, que por lo general andan por los mismos
caminos. Parece una locura, pero la rutina nos empuja hacia esos lados, vamos a
una degustación, una cena, una presentación, y ahí están, los vinos de siempre,
seductores, cuasi pornográficos, y uno no es de piedra, el malbec es una puta
que todos desean, tiene sus artificios y sus virtudes, pero sobre todo se viste
de mil maneras y parece que casi todas le quedan, y por supuesto, uno se deja
llevar.
Por eso este año, como casi todos, me llevé a la amantes, y me deje seducir por
ellas una vez mas. Y repetí experiencias como beber un torrontés y que en sus
aromas que se desprenden de la copa sentir como se mezcla con los aromas
salinos del mar cercano, o el riesling con los aromas de sotobosque a las 7 de
la tarde cuando el sol se oculta, también la bonarda con el fuego crepitando y
los pinos metiéndose en la escena, y así cada botella fue una experiencia y un
momento aparte. Cada día pensaba todo lo que nos perdemos, como cada detalle
del entorno que nos rodea puede influir en lo que comemos o bebemos. La carne a
la parrilla tiene otro sabor, las verduras crudas parecen de otra especie, y
por supuesto el vino que bebemos sabe diferente. Estas fueron mis amantes
permitidas del verano, cada experiencia fue especial y única. La experiencia la
vengo repitiendo hace casi una década y les aseguro que vale la pena probar
cosas diferentes en ámbitos no habituales. Como decíamos cuando éramos
adolescentes y nos hacíamos de nuestro grupo playero, QUE NO SE CORTE EN BUENOS
AIRES.