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jueves, 19 de junio de 2014

De sedientos y olfateadores

Una etiqueta emblemática
del vino de San Juan
Yo nací en el mes de abril de 1970. Ya he cumplido 44 años y tal como reza esa teoría de la mediana edad, me encuentro en un momento de mi vida en el cual recuerdo cosas de mi niñez con añoranza y al mismo tiempo me encuentro proyectando un futuro cercano.
Vienen a mi mente recuerdos de compras diarias. En casa había una despensa surtida con muchos productos, pero eran 4 y solo 4, los productos que cada día debía ir a comprar a la vuelta. La vuelta, era una calle que concentraba varios comercios de abarrotes. Cada día mi lista estaba compuesta de CARNE, PAN, LECHE Y VINO.

Así fue que en mi memoria se forjaron ideas. Cada uno de estos productos parecía esencial para el día a día.
Según las estadísticas, en aquellos años se consumía 90 litros de vino per cápita en Argentina, para 2014 estaremos con mucha suerte, en 24 litros per cápita. A finales de la década del 70, éramos 25 millones de argentinos, hoy somos 40, hagan sus cuentas y verán que el consumo se redujo a menos de la mitad.
Uno de los caballos
de batalla de Giol
Muchos fueron los factores de ese descenso en el consumo, pero bastante aburrido es enumerarlos. Lo cierto es que la gente dejó de consumir vino como un artículo de los que se consideraban casi esenciales hace 4 décadas.
Recuerdo de mi niñez, que era moneda corriente ver en el club de barrio, a parroquianos apurar un vaso de vino en el bufet a las 6 de la tarde, mientras se hablaba de futbol o de bochas. Tengo grabado en mi memoria que los adultos solo bebían vino en las comidas, la cerveza y el vermú, eran bebidas de fin de semana a modo de aperitivo, acompañadas con maní y papas fritas. También recuerdo que la coca-cola era “mala”, porque te sacaba el hambre y siempre era preferible que un niño almorzara con un vaso de vino, eso si,  sodeado en una proporción 1 a 4 (20% de vino-80% de agua gasificada).
Recuerdo a mi amado nono Fiorino, que al retornar del trabajo en aquellos días de verano, llenaba un vaso de vino blanco al 98%,  lo bautizaba con un chorro de soda al tope y lo bebía de un sorbo. Para él, el vino era una bebida que le producía placer y a su vez le quitaba la sed.
Hace 40 años, el vino formaba parte de nuestra cultura cotidiana, como la carne, el pan o la leche. Era una bebida con conceptos básicos que satisfacía a gran parte de la población.

Hoy por el contrario, me encuentro con enófilos que declaran que no beben vino todos los días, hablan y disertan pero no lo tienen incorporado como bebida diaria para sus comidas. También me entero, que existen sommeliers que catan para medios internacionales y tampoco beben vino, ya no de a diario, sino que han abandonado el hábito, solo escupen y analizan. También hay gerentes de venta de importantes bodegas que te dicen a calzón quitado, que no suelen beber los vinos de mas alta gama de la firma que representan.
La imagen y el comentariode Martín Krawczyk Pardo

Hace algunos días, una imagen y un comentario en instagram, dispararon en mi, una idea que vengo madurando hace unos cuantos años. Esa imagen era de un vino en damajuana, un cabernet sauvignon “roble” de 8 dólares (4750 cm3).
El comentario rezaba: "Este CS 2011 x $80 los 4.75litros le gana a casi todos los CS de la primer y hasta segunda tanda del DF, fuera de joda. @fsaurio". La imagen y el comentario pertenecen a Martín Krawczyk Pardo, uno de los sommeliers mejor preparados de Argentina, de bajo perfil, pero que cuando tira un concepto, hay que estar atentos.
La idea que me viene rondando hace años, esta emparentada con esta cuestión del consumo y de los vinos que circulan en la gama media y alta. No puedo certificar que la calidad de antes era mejor o peor. Solo miro con estupor que los niveles de consumo interno siguen bajando década tras década. El vino parece ser un artículo que relegamos a un plano hedonista, hoy no es tan solo esa bebida de antaño, lo situamos, con histeria, en un lugar donde el placer pasa mas por el status que nos da tomar grandes vinos, que por el placer mismo de la bebida. Nos hemos convertido con el paso de los años, en olfateadores de copa, fundamentalistas de los aromas. Observo gente que pasa mas tiempo oliendo y girando la copa que bebiendo lo que en ella se encuentra.

Por todo esto, se me ocurre que a la gama media-alta de Argentina, le está faltando una gran cantidad de etiquetas que apuesten a vinos mas ligeros, equilibrados, complejos y que sobre todo, QUITEN LA SED.