No recuerdo muy bien cual fue mi primer contacto con la música,
seguramente el tango en la casa de mis viejos, fue el que arrulló el sueño en
aquellas siestas obligadas de las tardes de verano, y tal vez sea por eso que
mi amor por esta música sea incondicional y la tenga arraigada en mí, como
parte de mi ADN.
Lo cierto es que
ya a los 14 años comencé a descubrir el rock, y para los 15 los Rollings Stones
eran mis héroes indiscutidos, Brian Jones era el músico más talentoso y genial
del mundo, Mick Jagger cantaba como un ruiseñor, Keith Richards era el
guitarrista más complejo y prendido de todos, y conjugados con Bill Wyman y
Charlie Watts, eran la banda de rock más grande de todos los tiempos. Escuchaba
otras bandas y otras músicas pero los Stones eran mi fetiche adolescente,
comenzamos con un amigo a buscar vinilos en las viejas y polvorientas bateas de
cuanta disquería encontráramos, hasta que completamos nuestra colección que consistía
en 66 long plays y varios simples, algunos incluso originales y no reediciones,
ya para los 17 era un erudito en la materia y me identificaba con la primera
época y sobre todo con las muy buenas versiones de blues antiguos.
Si bien ya había
escuchado algo de jazz, mi conocimiento estaba restringido a la era del swing o
las grandes bandas, Frank Sinatra o Dean Martin en aquellas películas con Jerry
Lewis los sábados a la tarde, eran para ese entonces los únicos referentes que
conocía del género. Como describir ese momento de descubrimiento, Charlie Parker tocaba el saxo de una manera endemoniada, como nunca había escuchado, no improvisaba sobre las lineas melódicas sino sobre la armonia, ni siquiera me parecía posible
ejecutar semejantes fraseos con este instrumento, luego de escuchar el disco una docena de veces, una vez tras otra me recorrió el asombro, la sorpresa, la admiración, una mezcla de sensaciones y una certeza que cambió mi gusto
musical para siempre, en ese momento sentí que se derrumbaban todos mis ídolos
juveniles y como decía un arquero guaraní, retumbaba en mi cabeza una frase
tajante, TU NO HAS ESCUCHADO NADA. Aquel día comenzó un largo recorrido, el
bebop me llevó al hardbop, y de allí al freejazz, el avant gardé, descubrir a Davis, Coltrane, Chambers, Monk, Evans, etc,, y para saber de donde salieron estos mounstros, marcha atrás
en el tiempo a conocer a Amstrong, Morton, Goodman, Charlie Christian, etc.,
luego más tarde el jazz gitano de la mano de Django y de Oscar Alemán, que me
llevó a conocer a los grandes artistas argentinos, como el Gato Barbieri, Lalo
Schifrin, Walter Malosetti y muchos más.
La síncopa marcó
mi vida para siempre, y por supuesto que escucho otras músicas, locales y foraneas, la música tiene el poder de emocionarme a veces hasta las lágrimas, y
nunca se sabe de qué lado puede venir, puede ser Adele con un tema pop, Jascha
Heifetz con un caprice de Paganini, Jobim con su flauta, o cualquier artista de
esos que yo digo que tienen el poder de EMOCIONAR.
Por eso querido
lector, es bueno despojarse de ciertos prejuicios, porque nunca se sabe qué
cosa te lleva a otra, y no solo con la
música, sino también con los vinos o en las relaciones humanas, o donde quieras
aplicarlo, es bueno y sano vivir la vida sin tanta carga absurda, y no dejar que los prejuicios nos priven de momentos placenteros y enriquecedores.
Y por eso el
título de esta entrada, de cómo dos personajes antagónicos crean conexiones
invisibles en la vida de las personas y pueden porque no, CAMBIAR TU MUNDO.
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