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lunes, 24 de abril de 2017

Todo por un puto vino.

“Ciego a las culpas, el destino puede ser despiadado a las mínimas distracciones”
Jorge Luis Borges, El Sur, Adrogué 1953.

Era una de esas noches sin luna, cerrada y plomiza, solo la luz de la fogata que nos tenia de testigos iluminaba nuestra humanidad.
Luego del incidente, Eloy tomó su hacha y la arrojó con bravura hacia Benítez. Con tanta fortuna que le dio en el pecho con el contrafilo. Benítez volvió a caer y esta vez ya no se levantó. 
Entre los 4 lo subimos al tordillo, abrimos la tranquera y dejamos que el noble animal, deje a su jinete donde siempre.

A principios de la década del 2000, íbamos con un grupo de amigos a cazar perdices a Ranchos, siempre recalábamos en casa de Eloy Iribarren, un vasco amigo de la familia, que tenía una chacra de 8 hectáreas pero que mas no sea por indolencia o por vejez, eran tierras improductivas. No tenia sembrados, ni animales, solo un galgo negro, de nombre Indio, que según Don Eloy, él mismo se encargaba de procurarse su comida.

Para la época de caza, nosotros parábamos en la tapera de al lado  de su casa, que databa del año 1920, la había construido el padre de Eloy y servía de refugio a invitados, en su época supo ser una especie de pulpería, kilombo y ramos generales.
Ir a cazar en aquellos años era volver a un estado primitivo. Sin luz eléctrica, sin agua corriente, el baño era una letrina situada a 50 metros de la tapera, cocinar a leña o en el horno de barro, todo para nosotros parecía tener un esfuerzo extra. Y cada vez que uno pisaba aquellos campos, eso se sentía de una manera monolítica. Era algo así como: “estás tú y el campo, esto es lo que hay, a arreglárselas.”

Cada vez que íbamos llevábamos las mismas provisiones: combustible, 2 kilos de galleta, algún corte de carne, dos damajuanas de vino y 4 botellas de vino fino, por lo general era Rincón Famoso de López o Bianchi lacrado, porque de esos siempre había en la proveeduría de Brandsen.
Eloy nos recibía como verdaderos amigos, por supuesto que no tenía teléfono, pero él sabía que a partir del 1° de mayo nosotros en cualquier momento le caíamos y él nos estaba esperando. A nuestra llegada siempre repetía la misma frase “Que alegría muchachos, tanto tiempo, no saben la cantidad de perdices que hay este año”.  Este vasco viejo subsistía en la llanura, gracias a una paupérrima jubilación y a sus oficios de hachero, árbol que caía cerca, árbol que era leña de Don Eloy. Tenía casi 80 años y vivía solo, viudo y con un par de hijos grandes, solo el indio acompañaba sus días y sus noches. Así y todo era un hombre fuerte y se lo veía muy saludable, de pocas palabras y sonrisas breves.

Nosotros siempre éramos 3, Eloy y algún gaucho amigo que siempre aparecía y  se quedaba a la cena. Por lo general comíamos alguna carne asada a las brasas, se bebía solamente vino tinto y la tertulia duraba hasta bien entrada la noche, se cantaba y se recitaban versos criollos cuando el vino desinhibía a los comensales. Se comía a la intemperie rodeando el fogón y a la vieja usanza, un vaso, una galleta y un cuchillo era todo lo necesario, de las sobras se encargaban los perros, los vasos se enjuagaban en la bomba y el cuchillo usualmente se limpiaba con la lengua o un resto de pan que luego se daba a los animales.

Entre esos gauchos amigos que aparecían alternados de tanto en tanto, había uno que no era el típico paisano hospitalario. Era un chino medio retacón, que andaba siempre trajeado de gaucho y arriba de un hermoso tordillo bien aperado. Daba la sensación que a este tal Benítez,  le gustaba exagerar su condición de criollo, se notaba en él un aire altanero y burlón, sobre todo para con los citadinos. Era encargado en una estancia grande a unas 2 leguas de la tapera, según contaban los vecinos, este hombre se pasaba de copas muy seguido y el tordillo a modo de GPS viviente lo llevaba dormido hasta la tranquera de la estancia.

Lo cierto es que a ninguno nos caía en gracia, pero por respeto a Eloy le aguantamos más de un comentario desubicado. Después del tercer vaso de vino se ponía denso y en tono provocador por cualquier cosa, medio en joda, medio enserio, pero generalmente se tornaba insoportable. Se había cruzado con mi amigo el chancho Suarez, por una discusión sin importancia, esas de borrachos de medianoche que recitan versos y la juegan de poeta, no sé si fue por alguna estrofa del Martin Fierro o un poema de Güiraldes, la cuestión es que ya se tenían pica y reunión tras reunión la enemistad iba creciendo.

En los asados nocturnos era fija que arrancábamos tomando los finos y si se terminaba, Eloy se encargaba de ir hasta la casa y rellenar las botellas con el vino de damajuana que siempre llevábamos. El vasco decía que para comer había que tomar buen vino, que el resto era vicio y sed y que eso se calmaba con cualquier cosa parecida al vino.

Una de esas noches, estando Benítez presente se terminó el Rincón Famoso y como siempre Eloy se fue adentro y rellenó la botella con el de damajuana, entre nosotros era algo usual y todos nos dábamos cuenta cuando eso sucedía, era como que la reunión entraba en otro estadío, ahora era vicio, solo por el escabio. El chino no sabía de esta costumbre y mientras Eloy llegaba con el falso Rincón Famoso, le dice:

-A ver, venga Don Eloy, eche un poco mas de ese buen vino.
Eloy le sirve sin mediar palabra y sin dar explicaciones del caso. Benítez le da un sorbo largo y exclama exagerando como siempre:
-Que buen vino este Rincón Famoso carajo.

Todos nos miramos cómplices y sonreímos, pero el chancho Suarez se largo a las carcajadas y en tono burlón dice:
-Si claro, Rincón Famoso. Mientras reía a carcajadas

Benítez se dio cuenta que había quedado en ridículo por bocón y en vez de tomárselo en broma, fue a increparlo a Suarez. Lo insultó de arriba abajo, exagerando su borrachera y sus ademanes. Suarez que era de pocas pulgas le metió un cachetazo a mano abierta en la jeta y lo sentó de culo. 
Una vez más el chino quedó en ridículo. 
Se hizo un silencio ensordecedor, el aire se puso espeso y yo sentí que algo muy malo iba a suceder. Es que esto no podía quedar así. Esto ya era grave. Muy grave.

Benítez se levantó del piso como pudo, se sacudió  solemnemente la ropa y ahí nomás sacó el facón invitándolo a pelear a Suarez. Nos quedamos perplejos. Nadie dijo nada, solo Eloy alzó la voz.

-Benítez, déjese de joder y guarde el cuchillo, el hombre está desarmado y si aquí hay alguien desacatado es usted.
Benítez lo miró con fuego en los ojos y respondió:
-Usted no se meta Eloy, a este pingo le voy a enseñar quien manda por estos lados, esta no se la lleva de arriba.

Eloy caminó sin prisa hasta la pila de leña a unos 20 metros, tomo su hacha y sin mediar palabra ni aviso previo, terminó con la contienda.

No volvimos a ver a Benítez nunca más, dicen que rumbeaba por otros pagos y que por suerte andaba bien de salud.

Luego del hecho, el chancho Suarez sentado al lado de la fogata repetía una y otra vez.


“Todo por un puto vino ¿a vos te parece?  Por un puto vino”