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domingo, 10 de agosto de 2014

La Mineralidad en los vinos (II) Buscando respuestas

Mosel, Alemania
En la anterior entrada de este blog surgieron interrogantes acerca de mitos y realidades en la 'mineralidad' de los vinos. Es necesario que aclare que no vengo a sentar ninguna verdad, tampoco a echar luz sobre ningún tema, el espíritu de éstas notas es dar consonancia a las distintas opiniones que existen acerca del tema en cuestión. Tratar de entender que cosas son reales y cuales pertenecen a una poderosa herramienta de marketing, que por cierto puede ser muy válida. Tampoco tengo el ánimo de generar ninguna polémica, tan solo ejercer la sana, o insana costumbre de pensar en voz alta.

Terminología
Uno de los interrogantes que se plantearon, fué cómo el concepto comienza a aparecer a partir de 1980 como descriptor aromático en las catas. En lo que refiere a su origen como término, es necesario evaluar su antigüedad y posible origen real.  Todo indica que la aparición del término, coincide con el inicio del cambio tecnológico de la industria vitivinícola a nivel global y de la entrada en escena de los primeros gurús mediáticos con fuertes influencias en los mercados mundiales.
No es casual que a principios de la década de 1980, desembarque con fuerza Robert Parker en el poderoso mercado americano con su publicación The Wine Advocate y empiece a utilizar el término 'mineral' en algunas de sus reseñas. Esto parece haber sido el comienzo de una manera de describir algunos vinos, que rápidamente se vinculó a la geología del viñedo y por supuesto, al poderoso concepto de 'terroir'. Una vez instalado el concepto 'terroir' en un vino, es fácil para los catadores asociar el término 'mineral' a determinados vinos, especialmente cuando se sabe su origen y el tipo de suelo relacionado con él.

Tratando de entender a una planta
Tratando de entender como la vid puede dar características minerales a determinados vinos, es válido pensar que las cepas lo hacen a través de sus raíces, que pueden llegar a ser muy profundas, dependiendo de la estructura del suelo, su profundidad y disponibilidad de agua. Puede ser natural suscribir a la idea que en este proceso las raíces se nutren, absorben agua y minerales que necesitan para vivir, crecer y reproducirse. Resulta comprensible también, que según la riqueza o pobreza del suelo éste tenga un efecto en la fisiología de la planta y que esto redunde en la calidad y el perfil organoléptico.
Sin embargo, hay quienes sostienen que no existe ninguna correlación entre la calidad del vino y el contenido nutricional en minerales del suelo, debido sobre todo a que el intercambio entre el suelo y las raíces es selectivo y se produce acorde a sus necesidades fisiológicas de supervivencia y no por la riqueza del suelo. Algunos estudios de fisiología vegetal, declaran que la planta a través de las raíces no absorbe las moléculas de un determinado suelo, sino sus elementos en forma de iones (cationes y aniones cargados positiva y negativamente), que además deben estar en forma soluble en el agua.  
A continuación copio un fragmento de la nota realizada por el respetado enólogo Pepe Hidalgo al respecto:
….(Quienes hemos estudiado algo de fisiología vegetal, sabemos que las raíces de todas las plantas, incluidas las de la vid, tienen un importantísimo papel en su metabolismo. Así las raíces realizan tres importantes funciones, la primera es puramente mecánica, fijando el vegetal al terreno. La segunda es la respiración, esto es, absorben el oxígeno del aire o el disuelto en el agua que existe o circula entre los intersticios de la tierra y desprenden dióxido de carbono, por lo que el medio de cultivo puede ser un factor limitante en caso de producirse una asfixia radicular lo que sucede en terrenos muy arcillosos, encharcados o a grandes profundidades. Y la tercera, y quizás la más importante, las raicillas con pelos absorbentes, son capaces de absorber agua y sustancias minerales contenidas en la tierra, dando lugar a la savia bruta que asciende por la planta por los vasos leñosos, para transformarse en las partes aéreas verdes, sobre todo en las hojas y gracias a la fotosíntesis, en la savia elaborada, que circula por los vasos liberianos hasta los diferentes tejidos para su nutrición y/o almacenamiento como sustancias de reserva.
Todo esto quiere decir, que los pelos absorbentes de las raíces, únicamente absorben o permiten, gracias a una fuerza o potencial osmótico, el paso de elementos simples o minerales que contiene el suelo en disolución en agua, tales como nitrógeno, fósforo y potasio, como elementos mayoritarios, así como también otros minoritarios u oligoelementos, como: calcio, magnesio, azufre, hierro, boro, cobre, manganeso, zinc, etc., como si de una membrana semipermeable se tratase.
Sin embargo, nunca son capaces de absorber sustancias más complejas que las citadas, y muchísimo menos los supuestos aromas o sustancias sápidas, que citan los aficionados como mineralidad, cuando se refieren a la expresión aromática del suelo o medio de cultivo en los vinos. Y tampoco pensar que la absorción de un determinado elemento, como por ejemplo el calcio, supone que para un determinado viñedo de un afamado terroir, la planta pueda sintetizar durante la fotosíntesis o fenómenos posteriores, un determinado aroma selectivo a sílex o pedernal. En este caso, simplemente las plantas absorben el calcio del suelo en forma del catión Ca2+, y no distinguen del calcio que venga de uno u otro suelo. Todo esto dicho, con toda humildad, y con los conocimientos de fisiología vegetal que hoy disponemos.
Pero todo, o casi todo, tiene una lógica explicación. La mayor parte de los aromas minerales anteriormente descritos, pueden tener un origen de diversa naturaleza, que en ocasiones, explican su percepción en determinados vinos. A continuación, justificamos algunos de los aromas anteriormente citados. Cuando aparece en un vino un tono o matiz definido como mineral, su origen se encuentra en factores de su elaboración muy alejados de la composición mineral del suelo.
Tiza, calcio o carbonato. No se trata de un aroma, sino de una sensación de gusto, donde posiblemente el exceso de calcio absorbido por la vid, produce un nivel de pH del vino más elevado, que reduce la sensación ácida, y aumenta las notas salinas en la boca, que se ven potenciadas por una mayor formación de sales cálcicas del ácido tartárico.
Silex, pedernal o piedra de fusil. Este descriptor no se debe a la presencia de caliza en el suelo, sino más bien a la de fósforo en los vinos, pues la abundancia de este elemento especialmente en los blancos, les comunica una cierta vivacidad en la boca y una sensación picante que algunos lo identifican con este peculiar carácter mineral a sílex o pedernal. Todo ello acompañado por la formación de los típicos aromas tiolados de la variedad Sauvignon Blanc, que desarrollan durante la fermentación alcohólica, un carácter azufrado de reducción, y que a menudo se confunden y/o potencian el mencionado carácter
Grafito. En este caso se trata de un error en la apreciación de este descriptor, pues el grafito es un mineral totalmente inodoro. Sucede, que cuando olemos un lápiz con mina de grafito, lo que realmente percibimos es el aroma que desprende la madera que recubre la mina, generalmente de cedro, y éste es precisamente un aroma que desprenden entre otros, muchas barricas de madera de roble generalmente de origen europeo, apareciendo en consecuencia con mucha frecuencia en vinos tintos.
Pizarra o esquisto. Estas rocas metamórficas no trasmiten aroma o sabor alguno a los vinos. Otro asunto es la presencia en determinados terrenos de esta roca, que, fragmentada, mantiene una increíble frescura en las raíces del viñedo, aún en situaciones de acusada sequía, permitiendo a las raicillas absorbentes explorar los intersticios de estas rocas hasta grandes profundidades, y asegurar una excelente maduración de los racimos. Algunos elaboradores han intentado potenciar el carácter mineral de sus vinos, introduciendo en los depósitos de fermentación fragmentos de pizarra, y como cabe suponer sin obtener ningún resultado deseado.
Granito. En este caso ocurre el fenómeno gustativo justamente al revés que la caliza, pues los suelos que derivan de esta roca ígnea, suelen ser relativamente ácidos, produciendo la excesiva absorción de determinados metales del suelo: cinc, hierro, manganeso, cobre y aluminio; que pueden transmitir a los vinos una cierta sensación metálica, que algunos los identifican con este descriptor.
Aromas empireumáticos de carácter mineral: petróleo, queroseno y/o alquitrán. Se deben a la formación de un compuesto aromático denominado como TDN (1,1,6-trimetil-l,2-dihidronaf- taleno), que ofrece un olor a queroseno o petróleo característico de algunos vinos viejos de Riesling y otros de Godello botella, y que tiene su origen en un caroteno (neoxantina) de la uva. El tostado de la madera de roble, también contribuye a la percepción de esta familia de aromas de carácter ahumado.
Como colofón a lo expuesto, pensamos que se debe desmitificar la actual corriente de mineralidad en los vinos, pues como hemos citado, su origen casi nunca procede del suelo como medio de cultivo. Pero no por ello se debe de excluir estos descriptores de nuestro vocabulario de cata, pues estos términos pueden seguir siendo perfectamente válidos, para describir las sensaciones que apreciamos en determinados vinos.
FUENTE: AGOSTO/SEPTIEMBRE 2011 - PLANETAVINO 49 –
Autor: Pepe HIDALGO

Prácticas enológicas

Los enólogos aclaran que el supuesto carácter mineral puede venir del suelo, pero también de determinadas prácticas enológicas que nada tienen que ver con las características geológicas.

Hay razones para creer que el estado físico-químico por el que pasan algunos vinos, asociado a la influencia de ciertas prácticas enológicas o procesos de vinificación específicos, pueden hacer sentir al catador esos descriptores 'minerales', cuando en realidad pueden venir de un estado reductivo del vino. El benzenometanotiol es un sulfuro que se relaciona directamente con dicho carácter. También hay quien asocia el término “mineral” a una elevada acidez con cierto carácter vegetal, generalmente ligado a graduaciones de alcohol bajas. De este modo, es posible en algunos casos vincular vinos 'minerales' con su riqueza en ácido succínico, incluso en los ácidos málico y cítrico.

Otra de las discusiones es poder entender, si la riqueza en catalizadores minerales en forma de coenzimas, pueden jugar un rol primordial respecto a la evolución fermentativa y química del vino. Asimismo existe la teoría que vinos con valores muy bajos de pH y altas concentraciones de sulfuroso adquieren claramente una expresión 'mineral', un aspecto ampliamente utilizado para definir a muchos rieslings alemanes, una nación que enológicamente, aún es muy generosa con el agregado de SO2 en sus vinos.

Tanto en lo que refiere a prácticas enológicas, como a trabajos en la viña, parece existir el consenso que con determinadas técnicas, los descriptores “minerales” pueden potenciarse o enmascararse. También es notorio que la "mano" del enólogo suele ser vital en estos casos.
Da la sensación que hay mucho camino por recorrer, mucho trabajo, mucho ensayo y mucho estudio por delante como para establecer un verdad absoluta. Queda aún por encontrar, si es que existen, esas moléculas responsables que son las que transfieren a los vinos, eso que los catadores perciben como “mineralidad”.
También saber si la "mineralidad" en los vinos es tan solo una poderosa herramienta de marketing o una autentica impronta que determinados perfiles de suelo transmiten al vino.

La próxima entrada estará dedicada al estudio que se realizó en el “Primer simposio internacional sobre la percepción de la mineralidad en los vinos” y trataré de dar mi visión al respecto.

Continuará...

miércoles, 6 de agosto de 2014

La Mineralidad en los vinos (I) ¿Mito o realidad?

Es ampliamente sabido que en el mundo del vino hay una enorme lista de descriptores para transmitir y definir las calidades, tipos y estilos de vinos.

Entre tal cantidad de descriptores que existen para detallar los vinos, y sin considerar la riqueza individual de cada idioma y el concepto de cada cultura respecto a algunos términos, existe entre todos ellos uno que destaca: LA MINERALIDAD.  Es acaso, el descriptor mas controversial de los últimos tiempos. El uso del término “mineral” está muy de moda actualmente y es ampliamente utilizado por productores, enólogos, distribuidores, catadores y gurús, como un valor de distinción y relevancia diferencial.

Generalmente, la “mineralidad” suele vincularse con frecuencia y de forma bastante estrecha al poderoso concepto de  “terroir” o “terruño”, a menudo con claros fines comerciales, donde la expresión vinculada al suelo,  permite justificar o argumentar la distinción y autenticidad del origen del vino y frecuentemente su alto precio.

Aquí es donde surge la discrepancia y los interrogantes.
¿Qué es la “mineralidad”?
¿Cómo se vincula este término con la percepción olfativa y/o gustativa?
¿Afecta realmente, la riqueza o pobreza mineral del suelo en el perfil organoléptico final del vino que percibimos como  “mineral”?
¿Si es así, cómo y hasta que punto interfieren los minerales en ello?
Existe un largo interrogatorio  que requiere  respuestas científicas que permitan acuñar de la forma más definitiva posible el sentido y la definición real del término.

Como todo lo que está de moda, la “mineralidad” del vino provoca actitudes diferentes ante la opinión pública. Existen aquellos que dicen que la “mineralidad” en el vino es un cuento chino y una gran falsedad, o fantasía de quienes lo explotan. Por otra parte, están los más fervientes creyentes y fanáticos  del término,  aquellos que adoran  éste tipo de vinos y que consideran que el “terruño” es el que aporta estas características únicas.

¿Es posible entonces  encontrar la posible causa u origen de la “mineralidad” del vino?
Si analizamos con detenimiento notas de cata sobre grandes vinos  previo a las décadas de 1970-1980, apreciamos  que el término “mineral” o “mineralidad” no aparece. No es hasta principios de la década de 1980, que empezamos a ver el uso del término en publicaciones norte americanas de renombre. 

De aquí surgen varios interrogantes:
¿No existían antes de 1980 vinos de carácter mineral?
¿Si la “mineralidad” está asociada al “terroir”, porqué algunos grandes vinos de reputación mundial, no la mostraban antes y ahora sí?
¿La “mineralidad” es realmente una característica que da el suelo a la uva, o está asociada a distintas variables?
¿Cuales son los factores que intervienen para que estos descriptores sean captados por el gusto y el olfato?

Hace pocas semanas se realizó en Barcelona, el “Primer simposio internacional sobre la percepción de la mineralidad en los vinos”.  Un estudio científico en el cual, Outlook Wine y Laboratorios Excell-Ibérica, han invertido mas de 50.000 euros y en el que participaron investigadores de diferentes ámbitos.

En las próximas 2 entregas del blog, trataremos de entender un poco mas de que se trata este concepto de ” mineralidad”.  Veremos a que conclusión han llegado los investigadores y daré mi humilde visión al respecto.


Continuará…

miércoles, 30 de julio de 2014

Georg Riedel, Seth Godin y la era de los ilusionistas

“El verdadero poder del marketing radica en la posibilidad real de generar y modificar la forma de entender o ver el mundo en el otro”. Seth Godin

"Georg Riedel es un mentiroso
por Seth Godin
Georg es el descendiente de diez generaciones de sopladores de vidrio. Es un artesano que practica un oficio ancestral. Y sabe contar historias.
Su empresa fabrica copas  para vino (y vasos de whisky escocés, americano, tazas para café, e incluso para el agua y la coca cola).
El y sus colaboradores tienen la firme convicción de que cada bebida reclama un recipiente idóneo y distinto.
Según la página de Riedel en la Red - que un vino transmita su "mensaje", su aroma y sabor, depende de la forma de la copa. La responsabilidad de ésta consiste en comunicar los mensajes del vino a los sentidos humanos de la mejor manera posible -.
El director ejecutivo de la revista Wine Spectator, Thomas Matthews, asegura que -todo el que se apunta a una cata en Riedel empieza con escepticismo. A mí me pasó-.
El escepticismo queda a un lado enseguida. Robert Parker Jr. el rey de los comentaristas de vinos, dice que -técnicamente, lo mismo que desde el punto de vista del mero disfrute, las mejores copas son las que fabrica Riedel. El efecto de estas copas sobre los buenos vinos es profundo. Nunca me canso de subrayar la diferencia que suponen-
Parker y Mathews y otros centenares de finos catadores se convirtieron en creyentes (y en consecuencia ahora son los mejores propagandistas de la mercancía de Riedel). Millones de bebedores de todo el mundo están convencidos de que una botella de 200 dólares (o una botella de morapio barato) sabe mejor cuando se sirve el vino en la copa Riedel adecuada.
En pruebas realizadas en Europa y Estados unidos se ha demostrado que los catadores no tienen dificultad para descubrir cómo el vino sabe mucho mejor si se toma en la copa adecuada. Cuando se les presenta el mismo vino en un vaso corriente de cocina y una copa Riedel correctamente elegida, todos señalan con práctica unanimidad que el recipiente más costoso proporciona una experiencia mucho más completa.  Es todo un descubrimiento.  Cualquier vino, valga cinco dólares la botella o veinte o quinientos, puede mejorarse radicalmente utilizando una copa relativamente asequible (y re-utilizable).
Y sin embargo, cuando se realizan las pruebas adecuadas de una manera científica -es decir, un test a doble ciego, que elimina toda posibilidad de que el catador conozca la forma del recipiente-, no se detecta la menor diferencia. Tanto la copa de un dólar como la de veinte transmiten al vino exactamente el mismo efecto.  A saber, ninguno.
Entonces, ¿Qué pasa aquí? ¿Por qué insisten los entendidos en que el vino sabe mejor tomándolo en una copa Riedel, mientras que los científicos demuestran que no hay ninguna diferencia? El fallo del experimento como ha señalado Daniel Zwedling en la revista Gourmet, es que el vino sabe mejor porque las personas creen que así debe ser. El sabor es algo subjetivo. Si uno cree que las galletas del supermercado de su barrio saben mejor, así es. Porque uno quiere que así sea. 
Año tras año., Riedel despacha copas por valor de millones de dólares. Se las vende a personas con posibilidades económicas, amantes del vino que pasan a disfrutar de su vino más de lo que lo hacían antes.
La técnica del vendedor, por lo visto, mejora el sabor del vino.
La técnica del vendedor, en forma de una copa costosa y de la historia que la acompaña, influye más en el sabor del vino que las barricas de roble, o el tapón de corcho, o las lluvias del mes de junio.
Georg Riedel mejora nuestro vino contándonos una historia."

Fragmento de ¿Todos los comerciales son mentirosos? de Seth Godin - Ediciones Robin Book

Georg en acción
A mediados del año 2009, llega a mis manos “All marketers are liars by Seth Godin”, un libro muy interesante y con conceptos muy acertados del gurú del marketing mundial. Fue para mí una sorpresa, que se refiriera especialmente en un capítulo a Georg Riedel. Para ese entonces, yo era un creyente, estaba convencido que la copa era fundamental, que la forma, el material y esa mística de los sopladores de vidrio, realmente podía hacer que cualquier mortal, pudiese apreciar un vino en su máximo esplendor.


A partir de ese momento intenté infructuosamente, encontrar algún estudio con base científica para refutar los dichos del mencionado gurú. Escribí muchísimos mails, investigué minuciosamente cada página web de las cristalerías más importantes del mundo. Pero nada. No aparecía eso que yo buscaba. Por el contrario me encontré en muchos foros europeos y norte americanos, con el rumor que se habían hecho estudios a doble ciego, encargados en su gran mayoría por las cristaleras más famosas, de hecho se dice que el estudio más minucioso fue encargado por la compañía Riedel y que basado en los resultados, el informe nunca vio la luz pública. Es realmente llamativo que ninguna cristalera tenga en su página web un estudio serio al respecto.

En 2011 asistí a una de las famosas catas Riedel mientras estaba de viaje en el exterior. La cata estaba dirigida por una importante sommelier norte americana. 
Fue lo más parecido a una venta de tiempo compartido, donde no había resquicio para el análisis, todo era según la mirada del “experto” y los argumentos que esgrimía. Por cierto, esa sabiduría estaba dada por la cantidad de años de permanencia en el negocio y por el hecho de que los críticos más famosos, elegían indefectiblemente esa marca, nunca se mencionó la existencia de una verdad científica y tampoco había lugar para el debate de esas ideas. 

Luego de la cata, envié una docena de mails a Riedel solicitando un estudio científico que respaldara los conceptos vertidos. Ninguno tuvo respuesta.
En ese momento me dí cuenta, que lo más importante de las copas, es su historia y todo el marketing que hay detrás. Caí en la cuenta que Godin me había vencido, tenía razón, lo más importante es vender una historia.

Es verdad que la forma del recipiente  puede cambiar la manera como percibimos aromáticamente un vino, pero la boca no miente y el retrogusto nasal tampoco, en eso, la copa no tiene injerencia alguna. Da lo mismo si es de cristal de Murano, Bacarat o de vidrio reciclado en Quilmes de séptimo uso.

Al fin de cuentas, en el mundo del vino, muchísimas cosas son tan solo eso, una ilusión.

Enjoy it.

jueves, 19 de junio de 2014

De sedientos y olfateadores

Una etiqueta emblemática
del vino de San Juan
Yo nací en el mes de abril de 1970. Ya he cumplido 44 años y tal como reza esa teoría de la mediana edad, me encuentro en un momento de mi vida en el cual recuerdo cosas de mi niñez con añoranza y al mismo tiempo me encuentro proyectando un futuro cercano.
Vienen a mi mente recuerdos de compras diarias. En casa había una despensa surtida con muchos productos, pero eran 4 y solo 4, los productos que cada día debía ir a comprar a la vuelta. La vuelta, era una calle que concentraba varios comercios de abarrotes. Cada día mi lista estaba compuesta de CARNE, PAN, LECHE Y VINO.

Así fue que en mi memoria se forjaron ideas. Cada uno de estos productos parecía esencial para el día a día.
Según las estadísticas, en aquellos años se consumía 90 litros de vino per cápita en Argentina, para 2014 estaremos con mucha suerte, en 24 litros per cápita. A finales de la década del 70, éramos 25 millones de argentinos, hoy somos 40, hagan sus cuentas y verán que el consumo se redujo a menos de la mitad.
Uno de los caballos
de batalla de Giol
Muchos fueron los factores de ese descenso en el consumo, pero bastante aburrido es enumerarlos. Lo cierto es que la gente dejó de consumir vino como un artículo de los que se consideraban casi esenciales hace 4 décadas.
Recuerdo de mi niñez, que era moneda corriente ver en el club de barrio, a parroquianos apurar un vaso de vino en el bufet a las 6 de la tarde, mientras se hablaba de futbol o de bochas. Tengo grabado en mi memoria que los adultos solo bebían vino en las comidas, la cerveza y el vermú, eran bebidas de fin de semana a modo de aperitivo, acompañadas con maní y papas fritas. También recuerdo que la coca-cola era “mala”, porque te sacaba el hambre y siempre era preferible que un niño almorzara con un vaso de vino, eso si,  sodeado en una proporción 1 a 4 (20% de vino-80% de agua gasificada).
Recuerdo a mi amado nono Fiorino, que al retornar del trabajo en aquellos días de verano, llenaba un vaso de vino blanco al 98%,  lo bautizaba con un chorro de soda al tope y lo bebía de un sorbo. Para él, el vino era una bebida que le producía placer y a su vez le quitaba la sed.
Hace 40 años, el vino formaba parte de nuestra cultura cotidiana, como la carne, el pan o la leche. Era una bebida con conceptos básicos que satisfacía a gran parte de la población.

Hoy por el contrario, me encuentro con enófilos que declaran que no beben vino todos los días, hablan y disertan pero no lo tienen incorporado como bebida diaria para sus comidas. También me entero, que existen sommeliers que catan para medios internacionales y tampoco beben vino, ya no de a diario, sino que han abandonado el hábito, solo escupen y analizan. También hay gerentes de venta de importantes bodegas que te dicen a calzón quitado, que no suelen beber los vinos de mas alta gama de la firma que representan.
La imagen y el comentariode Martín Krawczyk Pardo

Hace algunos días, una imagen y un comentario en instagram, dispararon en mi, una idea que vengo madurando hace unos cuantos años. Esa imagen era de un vino en damajuana, un cabernet sauvignon “roble” de 8 dólares (4750 cm3).
El comentario rezaba: "Este CS 2011 x $80 los 4.75litros le gana a casi todos los CS de la primer y hasta segunda tanda del DF, fuera de joda. @fsaurio". La imagen y el comentario pertenecen a Martín Krawczyk Pardo, uno de los sommeliers mejor preparados de Argentina, de bajo perfil, pero que cuando tira un concepto, hay que estar atentos.
La idea que me viene rondando hace años, esta emparentada con esta cuestión del consumo y de los vinos que circulan en la gama media y alta. No puedo certificar que la calidad de antes era mejor o peor. Solo miro con estupor que los niveles de consumo interno siguen bajando década tras década. El vino parece ser un artículo que relegamos a un plano hedonista, hoy no es tan solo esa bebida de antaño, lo situamos, con histeria, en un lugar donde el placer pasa mas por el status que nos da tomar grandes vinos, que por el placer mismo de la bebida. Nos hemos convertido con el paso de los años, en olfateadores de copa, fundamentalistas de los aromas. Observo gente que pasa mas tiempo oliendo y girando la copa que bebiendo lo que en ella se encuentra.

Por todo esto, se me ocurre que a la gama media-alta de Argentina, le está faltando una gran cantidad de etiquetas que apuesten a vinos mas ligeros, equilibrados, complejos y que sobre todo, QUITEN LA SED.